Dentro del periodismo de opinión, la crítica ocupa un lugar importante. Por lo general, está dirigida a los hechos informativos, pero lo formativo aparece como ineludible proyección.
La crítica aborda temas muy especializados que suponen un periodista experto en los temas que trata, o bien, un experto que, a veces, cumple funciones periodísticas, con el asesoramiento y guía de los periodistas. Tal es el caso de conocidos críticos de arte, cine, teatro, música y otra especialidades, que no son periodistas, pero ejercen esta práctica, dada su autoridad acerca del tema que tratan. Criticar es valorar algo a la luz de la razón. La crítica debe juzgar y discernir tanto lo positivo como lo negativo.
El crítico actúa como mediador entre la obra o el hecho y el público. Como profesional capacitado, ayuda al lector o espectador a comprender y valorar lo analizado.
Es de suma importancia que la crítica sea firmada, ya que el crítico asume totalmente la responsabilidad sobre sus juicios, con una escala de valores propia, que ratifica de manera ineludible y personal lo que publica.
La crítica, en suma, ha de ser analítica y sintética. Su estilo debe ser profundo, preciso, ágil y claro, ya que se juzga, valorando sus elementos. La opinión, en tal sentido, debe ser mesurada y lo más justa posible, evitando la tendencia al elogio y la inclinación a la dureza.
La crítica aborda temas muy especializados que suponen un periodista experto en los temas que trata, o bien, un experto que, a veces, cumple funciones periodísticas, con el asesoramiento y guía de los periodistas. Tal es el caso de conocidos críticos de arte, cine, teatro, música y otra especialidades, que no son periodistas, pero ejercen esta práctica, dada su autoridad acerca del tema que tratan. Criticar es valorar algo a la luz de la razón. La crítica debe juzgar y discernir tanto lo positivo como lo negativo.
El crítico actúa como mediador entre la obra o el hecho y el público. Como profesional capacitado, ayuda al lector o espectador a comprender y valorar lo analizado.
Es de suma importancia que la crítica sea firmada, ya que el crítico asume totalmente la responsabilidad sobre sus juicios, con una escala de valores propia, que ratifica de manera ineludible y personal lo que publica.
La crítica, en suma, ha de ser analítica y sintética. Su estilo debe ser profundo, preciso, ágil y claro, ya que se juzga, valorando sus elementos. La opinión, en tal sentido, debe ser mesurada y lo más justa posible, evitando la tendencia al elogio y la inclinación a la dureza.
Ejemplo:
CINE: “REY ARTURO” Un compendio de grandeza visual
Agustín Neifert / Especial para “La Nueva Provincia”
Calificación: 7
Dirección: Antoine Fuqua. Elenco: Clive Owen, Ioan Gruffudd, Ray Winstone, Hugh Dancy, Stellan Skargard, Til Schwiger, Keira Knightley, Stephen Dillane. Origen: Estados Unidos (2004). Duración: 126m. Para mayores de 13 años.
Es una superproducción, un “colosal” como lo denominan los colegas españoles, que pretende combinar lo espectacular con el revisionismo histórico, desechando el mito. Aquí no aparece Camelot, ni el Santo Grial, ni su promesa de redención.
El guión de David Franzoni propone un cambio de enfoque. “Seguir con la leyenda –dijo Franzoni– no tenía sentido, cuando había tantas evidencias para apoyarse en la realidad histórica”.
Por esta razón, Franzoni no tomó en cuenta los filmes que habían abordado las leyendas sobre el rey Arturo y sus Caballeros de la Mesa Redonda, como Los caballeros del rey Arturo (1953), Lanzarote y su dama (1962), Camelot (1967), Lancelot du lac (1973), de Bresson, y Excalibur (1981), de Boorman, por mencionar sólo algunos.
Estos filmes se basaron en los relatos de Thomas Malory, quien a su vez se inspiró en escritores franceses del siglo XII (Chrétien de Troyes, Robert de Boron). Estos autores crearon las leyendas celtas sobre un rey que vivió a principios del siglo VI, pero es recién con Malory que ese cuerpo legendario adquirió una cierta unidad.
El punto de partida de Franzoni son los Relatos olvidados de la Mesa Redonda, de John Matthews, que ubica al personaje en lo que hoy es la Gran Bretaña, en la etapa final del Imperio Romano.
En esa época, Lucius Artorius Castus era un soldado al servicio de Roma, que comandaba un grupo de guerreros sármatas (Lancelot y otros) que la leyenda convirtió en los Caballeros de la Mesa Redonda.
Pero Arturo no es un simple monigote. Es cristiano, tolerante y justo, que invoca a Dios antes de las batallas y se afirma sobre las enseñanzas de Pelagio, monje irlandés declarado hereje por sostener la suficiencia del esfuerzo humano para obtener la salvación.
A pesar de la rivalidad inicial, el grupo conducido por Arturo se une a los Pictos –un misterioso pueblo originario de las actuales islas británicas, entonces comandado por el mago Merlín–, para luchar contra las hordas invasoras sajonas lideradas por Cerdic y Cynric, cuyos enfrentamientos culminaron en la célebre batalla de Badon Hill.
Antes de obtener su libertad, Arturo y sus guerreros deben cumplir una última misión: rescatar a Alecto, hijo de un brutal funcionario romano, porque es el ahijado del Papa y elegido por éste para futuras funciones en el Vaticano.
Es en esa instancia que Arturo conoce a Ginebra, la hija de Merlín, que participará en las batallas del Lago y de Badon Hill.
El afroamericano Antoine Faqua –un artesano del cine, responsable de Lágrimas de sol y Día de entrenamiento –no era el más indicado para conducir un proyecto con pretensiones revisionistas. Fue elegido por su capacidad para organizar grandes espectáculos. Aquí hay muchas batallas –a cual más sangrienta–, pero que dejan considerablemente huérfanos a sus personajes (salvo Arturo) de sostén ideológico.
Además del enfoque historicista, Franzoni –quien también escribió el guión de Gladiador, de Ridley Scott– logró imponer su visión respecto del perfil del protagonista. En este sentido, retoma la visión ya enunciada en aquella película: la exaltación de ciertos valores olvidados por el cine, como el honor, la heroicidad y la familia.
“Creo que hay una necesidad –dice– de retomar las historias sobre el honor, porque para la generación de las gaseosas cola y la MTV, la verdad y el honor no significan nada”.
La película es espectacular de principio a fin. Impresiona por la puesta en escena, los grandes espacios abiertos, el manejo de las masas y las batallas correografiadas a la manera de Corazón valiente, de Mel Gibson. Pero la secuencia más original es la batalla del Lago.
La ampulosa banda musical de Hans Zimmer está al servicio de esa grandeza visual. Hay algunos momentos de humor a cargo del gigantón Ray Winstone (Bors) y algunas actuaciones rescatables: de Owen (un Arturo muy sobrio y elegante), Skarsgard (Cedric), Keyra Knightley (Ginebra) y Gruffudd (Lancelot).
La Nueva Provincia, 15 de agosto de 2004
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